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Comentario del Mensaje, 25 de junio de 2003


 
¡Queridos hijos! Con gran alegría, también hoy los invito a vivir mis mensajes. Estoy con ustedes y les agradezco porque en sus vidas han puesto en práctica lo que les digo. Los invito a vivir aún más mis mensajes con renovado entusiasmo y alegría. Que para ustedes la oración sea vida cotidiana. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

El Evangelio es la Buena Nueva. La alegría resuena en todas las páginas del Evangelio, por el hecho de que Dios decidió acompañar y salvar a su pueblo. María en el encuentro con Isabel clama: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador.” (Lc 1,46) El Angel Gabriel en la Anunciación del nacimiento de Jesús se dirige a María con el saludo: “¡Alégrate!, llena de gracia… No temas, María, porque Dios te ha favorecido.” (Lc 1,28.30) También hoy la Reina de la Paz, María, se dirige a nosotros con gran alegría y desea que nosotros nos sintamos alegres. Vivir sus mensajes lleva a la verdadera alegría. Seguir la voz de la Madre significa encontrar hogar y seguridad. Escuchar su palabra significa llegar a ser día tras día personas cada vez más alegres, felices, liberadas y redimidas, que comparten con Dios, a quien la Virgen nos conduce. Sus mensajes son indicaciones en el camino a fin de poder encontrar un lugar desconocido. No llegaremos al lugar deseado si nos quedamos detenidos en el lugar en que se encuentra la indicación. Es necesario caminar. Ese camino quizás no estará siempre pavimentado, ni será parejo. Lo importante es caminar. En esa vía también caeremos, sangraremos y tropezaremos. Lo importante es el objetivo, lo importante es la fuente de la vida - Dios, a quien nuestro corazón anhela. María conoce el camino mejor que nosotros, como también conoce mejor a Jesús que nosotros. Precisamente para eso nos sirven sus mensajes, para que encontremos a Jesús. Para María es importante que seamos felices. Nuestra felicidad es su felicidad, como nuestros sufrimientos son también los suyos.

Ella nos agradece pero nosotros deberíamos agradecerle por su presencia, cercanía y paciencia. Nos ama sin algún interés. Como si nos preguntara: “¿Puedo amarlos?” “¿Me dan permiso para conducirlos a la vida, a la alegría?

Ella conoce bien el corazón humano. Sabe que el hombre se entusiasma fácilmente y que el entusiasmo se desvanece con mayor facilidad aún. Por eso nos decía: renueven el fervor de los primeros días de mi venida, y hoy nos dice: renueven aún más mis mensajes con un nuevo entusiasmo y alegría. Los primeros días y años de sus venidas fueron días y años de entusiasmo, alegría y disposición a padecer y dar todo por la Virgen y por Dios. En este pedazo de Cielo, que María aquí nos da, con facilidad se mezclan los intereses estrechos y egoístas que oscurecen los ojos del corazón, que ya no pueden reconocer esta parte del Cielo que ha venido a nosotros y todavía sigue viniendo por medio de María aquí a Medjugorje. Lo que sucede aquí es un regalo del Cielo, una visita de la gracia que puede ser en vano para mí si no la recibo con el corazón abierto y humilde. Acepto aquí a María en la medida en que amo a mi prójimo, en que en mí crece la fuerza para sobrellevar las cruces cotidianas de la vida. Acepto a María en la medida en la medida en que puedo perdonar más fácilmente, elevarme por encima del barro terrenal al cual me arrastra la propia debilidad y este mundo que ofrece mucho pero que al final arrebata todo.

María no nos quiere amenazar al decirnos: “Llegará el tiempo cuando no estaré más con ustedes de esta forma”. La cercanía de su corazón y alma son días y tiempos de gracia. Por eso María, la Reina de la Paz, también hoy, en el aniversario 22 de sus apariciones, sigue atrayendo el corazón de tanta gente que tiene hambre y sed de Dios. María sabe a quien viene a visitar, pero asimismo lo saben todos aquellos que hoy peregrinan y que durante todos estos años han peregrinado a Medjugorje. Reconocieron en María a su Madre, la Madre del Salvador, como Santa Isabel, y no se engañaron. María quiere también hoy despertar cada corazón dormido. Ella puede y desea hacerlo. Ella lo hace también hoy en día. Ayudémosla a fin de que Ella nos pueda ayudar. Acerquémonos a Ella con la oración cotidiana, porque sin oración no podemos estar cerca de Su corazón y del corazón de Su Hijo y de nuestro Salvador Jesucristo.

Que Ella nos conduzca a la alegría y a la paz, a Jesús, permitamos que lo haga.

Fr. Ljubo Kurtovic

Medjugorje, 26.6.2003


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