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Comentario del Mensaje, 25 de enero de 2005

También hoy nuestra Madre del Cielo habla desde su corazón materno que


 
¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia nuevamente los invito a la oración. Oren, hijitos, por la unidad de los cristianos a fin de que todos sean un solo corazón. La unidad será realidad entre ustedes cuanto más oren y perdonen. No olviden: el amor vencerá solamente si oran y vuestro corazón se abrirá. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

se compadece de nosotros. Nosotros somos sus hijos y Ella sabe que aún nos encontramos en el camino hacia la patria celestial. Por eso ha venido a ayudarnos a fin de que podamos elegir el camino que también Ella recorrió y de que podamos llegar adonde Ella se encuentra.

La Madre se dirige a nosotros con un llamado a la oración. La oración es la condición previa de todo lo que únicamente Dios puede y desea darnos. No hay otro camino hacia Dios y los dones de Dios, excepto el camino de la oración. Por eso Santa Teresa de Avila acostumbraba decir: “Si alguien les dice que existe otro camino hacia Dios, excepto la oración, no le crean.’ La Madre es perseverante con nosotros al repetirnos continuamente esa primera lección de nuestra fe y de nuestra marcha hacia Dios. A través de todos sus mensajes y apariciones nos muestra que camina con nosotros. Ella es nuestra Madre y Madre de la Iglesia, por eso nos advierte solícitamente que debemos orar por la unidad de los cristianos a fin de que seamos un solo corazón. La Madre sabe que esa unidad es posible y que podemos y debemos pedirla a Dios. Esa unidad es un don de Dios, que Dios desea dar a nosotros, sus hijos.

Hoy, en la festividad de la conversión de San Pablo Apóstol, termina la semana de oración por la unidad. Pero hoy no debería terminar nuestra obligación, oración y nuestro anhelo por la unidad de todos aquellos que confiesan su fe en Jesucristo.

También nuestro Papa Juan Pablo II en la audiencia general del día miércoles 19 de enero de 2005, se dirigió a nosotros con las siguientes palabras: “Dado que la reconciliación entre los cristianos excede las fuerzas y la capacidad humanas, la oración manifiesta la esperanza que no defrauda, la confianza en el Señor, que lo renueva todo. Pero la oración debe ir acompañada de la purificación de la mente, de los sentimientos y de la memoria. En definitiva, la unidad es don de Dios, don que es preciso implorar sin cesar con humildad y verdad.’

Solamente Jesucristo nos puede unir, El, que es el único fundamento de la Iglesia. San Pablo nos advierte de eso en la Primera Epístola a los Corintios: “Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja - la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa.’ (1 Cor 3,11 -14).

La Iglesia guiada por el Espíritu Santo es impulsada por su fuerza a orar por la unidad de los cristianos en Cristo, porque El es aquel en el cual somos uno.

La Madre nos advierte que la unidad es posible y que ocurrirá y se realizará entre nosotros en la medida en que de nuestra parte haya disposición a la oración y al perdón. María nos ha llamado a abrir el corazón porque Dios puede venir sólo a un corazón abierto y, a ese corazón humano, traerle sus regalos. La oración abre el corazón del hombre y lo hace misericordioso y de una ferviente compasión hacia toda la gente, hacia cada ser creado. Tal corazón ofrece la oración en medio de todos los sufrimientos, ofrece la oración incluso por aquellos que hicieron el mal a otros. El mundo de hoy necesita tales corazones abiertos y misericordiosos, tales oraciones que se elevan en medio de los gemidos del género humano.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.01.2005


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