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Comentario del Mensaje, 25 de agosto de 2006


 
¡Queridos hijos! También hoy los invito: oren, oren, oren. Solamente en la oración estarán cerca de mí y de mi Hijo, y se darán cuenta de cuán breve es esta vida. En su corazón nacerá el deseo del Cielo; la alegría reinará en su corazón y la oración fluirá como un río. En sus palabras habrá solamente agradecimiento a Dios por haberlos creado, y el deseo de la santidad llegará a ser realidad en ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

La Virgen María persevera, su amor no ha cambiado ni las palabras de sus mensajes que continuamente nos dirige. Lo que hizo por su Hijo, lo hace por sus hermanos y hermanas, por todos los que se han convertido en sus hijos. Su manto es ahora tan grande que bajo él encuentran lugar todos aquellos que recurren a Ella.

María desea que en oración podamos reconocer la brevedad de esta vida y de la eternidad para la que hemos sido creados. Existe solamente un camino óptimo en que podemos descubrir la eternidad en el tiempo y ese es el camino de la oración. A través de la oración nos dirigimos directamente a Dios. Y sabemos que en El se unen el pasado y el futuro en un AHORA eterno. Abrirse a Dios significa abrirse a la eternidad.

“Solamente en la oración” - nos dice María. Pero en una oración sincera, de corazón y no en una oración pronunciada superficialmente, con desgano y en la que no sucede nada. ¿Nos abrimos verdaderamente a Dios cuando oramos? Existe una forma de oración que no nos libera completamente de nuestra prisión, en la que le pedimos a Dios que haga un poco más cómoda esa prisión. Mientras limitemos la oración a pedir algo, no hay posibilidad de elevarse a la eternidad. Para progresar en la oración debemos orar por cosas más importantes. “No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?' Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.” (Mt 6,31-32)

Si la oración no nos cambia, entonces nosotros debemos cambiar nuestra oración y nuestro modo de orar. Solamente en la oración nos acercamos a María y a Jesús, únicamente en la oración conocemos lo que nunca y en ninguna parte podríamos conocer.

La mayoría de las personas se siente bajo tensión y estrés. A veces no estamos conscientes de nuestra propia tensión. Tal como la gente que no está consciente de su propia distracción y que sólo cuando empiezan a orar llegan a ser conscientes de sus pensamientos que divagan. La causa de la tensión y de la angustia es la falta de apertura y de confianza en Dios. Tal como la sangre desea fluir libre y sin obstáculos a través de las venas, tal como el aire desea airear nuestros pulmones y llevar el oxígeno a todo el cuerpo, así la vida de Dios, que se encuentra en la profundidad de nuestra alma, desea llenar todo nuestro ser y activar todas nuestras fuerzas. La tensión nos dificulta la aceptación del amor de Dios.

La oración no es sólo y simplemente un ejercicio sino es vida. Quién desee dedicarse a la oración, debe decidir firmemente y a menudo elevar su alma, y en primer lugar, su corazón a Dios. Si dejamos de hacerlo y permitimos que nuestros pensamientos y sentimientos divaguen, la experiencia nos mostrará que la oración es imposible. La oración atañe a nuestro corazón y a nuestra vida. Ella es fruto del amor, y el amor no puede ser restringido a un tiempo determinado.

María desea que conozcamos esa alegría que nadie ni nada nos puede dar. Ella desea que nos hagamos santos. Ser santo significa llegar a ser eso para lo que hemos sido creados. No ser santo es contrario a la naturaleza. Ser santo significa ser una persona única, sana y normal, creada a imagen y semejanza de Dios.

Fr, Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.08.2006


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