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Comentario del Mensaje, 25 de enero de 2008

Oren y Ayunen


 
¡Queridos hijos! Con el tiempo cuaresmal, ustedes se acercan a un tiempo de gracia. Su corazón es como una tierra labrada y está pronto a recibir el fruto que germinará en bien. Ustedes, hijitos, son libres de elegir el bien o el mal. Por eso los invito: oren y ayunen. Siembren alegría, y en sus corazones el fruto de la alegría crecerá por vuestro bien, y otros lo verán y lo recibirán a través de su vida. Renuncien al pecado y elijan la vida eterna. Yo estoy con ustedes e intercedo por ustedes ante mi Hijo.¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

En su último mensaje, la Virgen nos alienta para que preparemos nuestros corazones en el tiempo de Cuaresma que se acerca, que es también un tiempo de gracia. Ella nos invita a ayunar, a orar, y a hacer actos de penitencia, que han sido siempre las características principales de la Cuaresma. En el Antiguo Testamento, la penitencia se reducía más bien a signos exteriores, y algo similar sucede actualmente, cuando los creyentes renuncian al alimento, las bebidas, los dulces y los cigarrillos, y mucho menos a la blasfemia, el chisme u otros pecados. El ayuno cristiano y la oración son el fundamento de la vida comunitaria, porque la Iglesia entera ha sido llamada al ayuno, la penitencia y la oración, especialmente en el tiempo del Adviento y de la Cuaresma. La renuncia a las cosas materiales es solamente una de las formas de penitencia para los pecados personales. Es la prueba que demuestra que estamos dispuestos a renunciar a algo y compartirlo con la gente que vive en la pobreza y la indigencia.

En nuestra preparación, no debemos quedarnos en los signos exteriores. Los profetas del Antiguo Testamento lo vieron claramente y advirtieron al pueblo que el único cambio verdadero es el cambio que sucede en el corazón de los hombres. Si cambiamos el corazón, cambiamos al hombre en su totalidad. Unicamente tal cambio puede conducirnos a la amistad con Dios y con la gente. Solamente así, nuestro corazón recibirá el fruto que crecerá en bien. Dios nos creó libres y hemos sido llamados a tomar decisiones diariamente. Podemos elegir entre el bien y el mal. La Reina de la Paz nos invita a que renunciemos el pecado y elijamos la vida eterna. Esa es la única y verdadera elección. Cada vez que elegimos el bien, nos ponemos de parte de los hijos e hijas de Dios y nuestra vida se llena de alegría. Vivimos una vida plena. La vida en el pecado es solamente supervivencia y sufrimiento, mientras que la vida en Dios trae alegría y paz. Aquí en la Tierra podemos ya experimentar la alegría verdadera si vivimos según los mandamientos de Dios, y alcanzaremos la alegría plena en la eternidad, será cuando Dios enjugará las lágrimas de cada rostro. Entonces, “ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.” (Ap 21,4). Jesús es nuestro primer modelo, ejemplo, y maestro de la vida espiritual. El, antes de su primera aparición pública, se retiró en el desierto durante 40 días, donde El ayunó, oró y se preparó para su primera aparición pública. Moisés transcurrió el mismo número de días en el Sinaí, y también Elías en Horeb. En el silencio y la soledad, un hombre puede oír mejor a Dios, porque nada lo perturba. Ir al desierto, retirarse, por un largo período de tiempo si es necesario, no debe ser una justificación para huir de la gente, de las obligaciones o del trabajo. Debe ser una período privilegiado en que nos renovaremos en la cercanía de Dios, a fin de poder vivir más fácilmente entre la gente y testimoniar a ellos la Buena Nueva. Jesús es el Señor de nuestra vida y de nuestros corazones. Él puede hacer lo que nosotros no podemos, por no tener fuerzas para hacerlo.

María, “Madre de la Iglesia” y nuestra Madre, intercede por nosotros ante su Hijo. Ella comenzó su papel de intercesión y mediación durante su vida en la Tierra - en las bodas de Caná - y Ella continúa haciéndolo hoy, glorificada en el Cielo. Al venir aquí a Medjugorje, la Virgen desea ayudarnos a unirnos más poderosamente con nuestro Salvador y Redentor. Si respondemos a la llamada de la Reina de la Paz, y si nos preparamos con el ayuno y la oración para el encuentro con Jesús, podremos participar con el corazón puro y el alma alegre en la celebración pascual.

Fr. Danko Perutina
Međugorje, 26.01.2008


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