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¡Queridos hijos! Hoy, los invito a todos a decidirse por la santidad. Que para ustedes, hijiitos, la santidad esté siempre en primer lugar en vuestros pensamientos, en toda situación, en vuestro trabajo y en vuestras palabras. Así, vosotros también la pondréis en práctica poco a poco; paso a paso la oración y la decisión por la santidad entrarán en vuestra familia. Sean verdaderos con vosotros mismos y no se aten a las cosas materiales, sino a Dios. Y no olviden, hijitos, que vuestra vida es pasajera como una flor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

En los mensajes de la Virgen percibimos su deseo, su amor de madre que quiere seguir a sus hijos por los caminos de la vida. Se puede advertir que Ella vive, respira y camina con nosotros. En el último mensaje nos llama al descanso en Dios, porque solamente Dios da el descanso. No da el descanso la oración como tal sino Dios que se halla en la oración. La oración no es el objetivo sino únicamente un medio que la Virgen desea poner en nuestro corazón. Existen oraciones en las cuales Dios no puede entrar porque la puerta de entrada está cerrada y obstruida. Está cerrada porque nuestro corazón está cerrado. La oración que es formal y superficial, hecha por compromiso y no por amor, tal oración cansa, ya que en su interior no está presente Dios. Por eso, la Madre nos llama a la oración con el corazón, con amor y con el deseo de encontrar a Dios que nos sana, nos purifica y fortalece a fin de que podamos transcurrir nuestros días y llevemos nuestras cargas alegremente por la vida.

María nos llama a la santidad. Solamente Dios es santo. El es quien es tres veces santo. Aquel a quien no somos dignos de acercarnos y estar en su presencia. Pero El nos demostró y confirmó con su vida que podemos acercarnos a El sin miedo. Jesús vivió de tal modo que nadie tuvo que sentirse atemorizado por El. Nosotros nos acercamos a El no porque seamos buenos, santos, devotos y fieles sino porque lo necesitamos como la tierra seca y árida que necesita el agua. Nosotros recibimos a Jesús en la Santa Comunión no porque seamos dignos de recibirlo sino porque lo necesitamos a fin de permanecer en vida.

En nosotros está el decidirnos por la santidad y en Dios está el hacernos santos. Como dice Jesús: Sin mí no pueden hacer nada. Lo que podemos hacer es decidirnos. Dios no puede, no desea decidir en lugar de nosotros. No puede con violencia quitarnos la libertad, conquistar la fe, la confianza y el amor. El nos puede ayudar solamente en lo que le pedimos. El nos pregunta como preguntó al ciego del Evangelio, ¿qué quieres que haga por ti? Jesús quiere escucharlo de nosotros, desea escuchar nuestro corazón, nuestra decisión, el grito de nuestra alma hacia El, para que día tras día lleguemos a parecernos a El.

A menudo tenemos una imagen de los santos como personas extrañas, difíciles y extravagantes. Pero los santos fueron personas totalmente sanas y normales. La gente los seguía porque en ellos descubrían el rostro de Dios. La gente los buscaba y seguía. También hoy en día la gente anhela a Dios, lo busca, busca a aquellos que les testimoniarán que Dios existe, que se ocupa vivamente por el destino del hombre y de los días que transcurre en la tierra. Decidirse por Dios no es algo fácil sino algo que exige. Dios no pide de nosotros desperdicios de nuestro tiempo cotidiano sino que pide mucho más. Pide un poco de nuestro corazón, de nuestro amor, un poco de entusiasmo por El y Su Palabra. Tal como Dios necesita de la Madre de Su Hijo Jesús, María, así necesita también de ti para que des a alguien una sonrisa, para que defiendas a alguien que ha sido injustamente acusado, para que vendes las heridas al herido, para que le digas a cada hombre que no tienes nada en contra de él, para que cuando hables a alguien no agregues basura a su nombre. Dios también hoy desea que mires debajo de la superficie con el corazón, puesto que todos están necesitados de amor, de aquellos que no buscan satisfacer los propios intereses, su propio provecho, sino el bienestar de aquellos que buscan los intereses y deseos de Dios.

Ten valor de no ser normal en este mundo para que ese mundo te busque y te siga, ya que tuviste el valor de seguir a Dios, porque precisamente te necesita a ti. Tú que tienes el valor de creer, la valentía de orar cuando todos maldicen, el valor de creer cuando todos dudan y se desesperan.

Seamos reales, seamos verdaderos con nosotros mismos. Mira y advierte que no tienes tu vida en tus manos, que no eres dueño de tu vida aunque te esfuerces, trabajes y acumules tesoros. No puedes cuidar la vida aquí en la tierra. Aquí estás para prodigar tu vida, y no en vano sino razonablemente tal como Jesús y la Virgen nos lo piden en este mensaje. “Si el grano no muere no puede dar fruto, si acaso muere da el ciento por uno.” Tu vida puede florecer no importando los años que tengas, la enfermedad o la vejez que te ha inmovilizado a una cama. Acepta tu situación, tu vida, la gente que Dios ha colocado en el camino de tu vida. Aprende a agradecer de corazón a Dios por las molestias sabiendo que El tiene la solución, que El sabe porque es así, obrando así podrás entrar en un ámbito de confianza y de paz. Ponte de parte de Dios, apóyate en El como si fuera una roca, como un cimiento poderoso sobre el cual no puedes ser amenazado ni juzgado por este mundo. No puedes engañar a tu alma, ella busca a Dios. Búscalo donde El habita. Búscalo en tu corazón, en la comunidad de los fieles que se reúne en la Eucaristía y para escuchar Su Palabra, búscalo en el Evangelio, en cada hombre, en el simpático y en el antipático. Hacia donde dirijas tu mirada, Dios está allí. Que abra tus ojos para una nueva visión de vida, de confianza y de paz.

A ti María te pido, tal como diste a luz a Jesús, haznos nacer a cada uno de nosotros, haznos nacer a una nueva vida. Que tus palabras, María, nos nutran de la confianza que Dios está de parte nuestra, que se ocupa de nosotros y nos cuida.

Fr. Ljubo Kurtovic Medjugorje 26.08.2001


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